En momentos de cambio o evolución y en el día a día, los conflictos aparecen como indicador de problemas existentes en las relaciones interpersonales o sociales. Dado que los conflictos acaban aflorando, conocer su desarrollo puede facilitarnos su control y posterior resolución, siendo así importante que aprendamos a identificar sus situaciones, que suelen repetirse en una dinámica incremental asimilable a una obra de teatro de cuatro actos (comienzo, escalada, estancamiento y desescalada).
El comienzo del conflicto se desencadena por un incidente cualquiera, iniciándose un bucle de acción-reacción que tiende a aumentar la intensidad emocional y a disminuir progresivamente la racionalidad. Con la escalada del nivel de tensión, se añaden y mezclan otras cuestiones y, según transcurre la discusión, las tácticas cambian de suaves a duras (de intentos persuasivos a coacciones y amenazas), siendo ya difícil controlar la situación. En vez de centrarse en el problema se tiende a desplazar el ataque hacia el otro, intentando incluso hacer daño a pesar de que nos perjudique. Cuando las partes acaban sus municiones, el conflicto ya no puede escalar más aunque no existe aún voluntad de acuerdo. Se llega a un estancamiento y se empiezan a valorar posibles concesiones. En la desescalada ya se dan movimientos hacia la resolución.
No siempre se completan todos los actos del conflicto, a veces finaliza antes por inactividad o abandono. Ante la impotencia para derrotar al otro, se intenta buscar aliados. A pesar de no ser protagonistas, si entran en escena, los terceros pueden intensificar la situación cuando intervienen a favor de una parte, o pueden desescalarla si ayudan a gestionar la carga emocional y median para facilitar una solución.
Comúnmente, el conflicto se percibe como algo destructivo a evitar y así lo define la RAE: “combate, lucha, pelea, enfrentamiento armado,…”; sin embargo, supone la oportunidad de afrontar un problema, generalmente previo y subyacente, y de alcanzar un acuerdo constructivo gracias a la negociación.
Las negociaciones inteligentes son de tipo cooperativo con beneficio mutuo (ganar-ganar). En efecto, las soluciones se logran más fácilmente cuando existen comportamientos de colaboración-compromiso, normales en personas asertivas con una alta preocupación por sí mismo y por los otros. Si estas preocupaciones son bajas se dan comportamientos de evitación, acomodación y/o competición (ganador-perdedor). Negociar no es dominar, ceder o dar todo lo que la otra parte desea. Para negociar es clave que la energía emocional se aproveche en alcanzar acuerdos y proyectos de futuro.
Conviene trabajar el proceso de negociación para disminuir la tasa de fracaso, por represión y/o resolución prematura. En la fase de preparación se deben analizar las necesidades e intereses de las partes, así como la legitimidad de las propuestas; además, nos interesa visualizar los límites de lo posible e imposible, valorar alternativas factibles y crear nuevas vías de salida. En la fase de interacción es fundamental una buena comunicación, intercambiando informaciones e ideas con claridad, lo que además ayuda a mantener abierta la posibilidad de nuevas negociaciones. Por último, en la fase de cierre, la más temida por la parte que se cree más débil, se adquieren los compromisos de cumplimiento.
Es de recibo señalar que los conflictos bien gestionados suponen oportunidades para resolver problemas, avanzando hacia acuerdos que satisfacen a las partes y fortaleciendo el desarrollo de las personas y sus relaciones futuras.
Valentín Ibarra ( Equipo Viavance ).