Cuando estamos ante un peligro o lo pre-sentimos por instinto, se nos activa la emoción del miedo en la amígdala cerebral que dicta la reacción del cuerpo, mediante la liberación de hormonas y una respuesta útil para la supervivencia, bien ataque / lucha o huida o inmovilidad /sumisión ( fight or flight or freeze ). Además de este mecanismo de alerta y defensa, los humanos alcanzamos la capacidad de raciocinio, gracias a la evolución de la corteza prefrontal del cerebro (neocórtex). Ello nos convierte en la especie más experta en miedos porque mientras el resto de los animales viven en el presente, nosotros recordamos lo aprendido y revivimos temores pasados y, de otro lado, analizamos posibilidades futuras e imaginamos amenazas.
La persona se angustia y soporta también las inseguridades que le transmite la sociedad y, de forma natural, la finitud, la incertidumbre, el azar y el caos de un universo en movimiento. Excepto el insensible o el insensato, todos tenemos la compañía del miedo, y así Nelson Mandela dixit “ No es valiente el que no tiene miedo, sino el que sabe conquistarlo ”. Esta reconquista conlleva la decisión ética de no querer vivir a merced de tus temores y sus limitaciones, dando el paso de descifrarlos inteligentemente y de afrontarlos con coraje.
En situaciones comunes del día a día conviene actuar según la intuición pues, de forma inconsciente y consciente, la mente siempre predice pérdidas y ganancias y nos guía. Si consideramos que la decisión es importante y tenemos el tiempo necesario, procedemos a buscar la ‘prevención’ del análisis racional, estimando la probabilidad de que ocurran los peligros y valorando las consecuencias de la acción o inacción, a corto y largo plazo.
Esta evaluación causa/efecto, que a veces se logra sustentar en datos fidedignos y conocimientos contrastados por la ciencia, siempre aporta información que generalmente motiva nuevas respuestas y, en su caso, la actuación. Si bien la identificación previa de los miedos y la reflexión puede conducirnos a afrontarlos valientemente, incluso con humor y alegría; no obstante, muchas son las veces que nos detiene el miedo a la acción y su desorden, paralizándonos el temor al fracaso y/o el vértigo al éxito. Esto solemos disfrazarlo en forma de búsqueda de una supuesta perfección así como de una reflexión excesiva que nos atenaza.
Hamlet expresa esta tesitura en un soliloquio de la siguiente manera:
“Así la conciencia hace de todos nosotros unos cobardes; y así los primitivos matices de la resolución desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento, y las empresas de mayores alientos e importancia, por esa consideración, tuercen su curso y dejan de tener nombre de acción…”
Al inicio de la acción le corresponde un papel fundamental en el aprendizaje de ‘comportamientos valerosos’, que de manera progresiva favorecen la tolerancia al riesgo que voluntariamente se debe asumir para disfrutar de los retos. Es por ello que hay que vencer la ansiedad ante los errores o equivocaciones, pues no sólo nos enseñan a prevenirlos sino que, además, los fallos aportan experiencia y abren una puerta a la creatividad.
No cabe duda que el miedo ha sido clave en el ‘éxito evolutivo’ de la especie humana y que un individuo temeroso, que no se expone a peligros a la ligera, puede ser más longevo. Se añade a esto el hecho de que, a excepción de miedos ‘tóxicos’, generadores de fobias y limitaciones que te dominan sin motivo real, también los temores influyen positivamente en el desarrollo personal y en la toma de la decisiones. Así, el miedo puede tener una connotación ‘productiva’ si se convierte en el motor que permite la transformación de una energía mal canalizada, para su aprovechamiento en la consecución de los desafíos. Entonces, la superación nos hará más libres.
¡ Ser o no ser, he aquí el problema ! … ! Cree en ti, avanza con valentía, adereza con humor y entusiasmo tu proyecto vital de mejora y, … tendrás sueños hermosos !! .
Valentín Ibarra Equipo Viavance